
Por: Laura Rivera, profesora de la Maestría en Actividad Física y Salud y Daniel Camilo Camargo, Gestor de Comunicaciones
Más allá de las recomendaciones sobre alimentación, ejercicio o descanso, esta conmemoración invita a repensar el autocuidado como un enfoque amplio que atraviesa el bienestar físico, emocional, mental, social y espiritual.
“La Organización Mundial de la Salud ha señalado que la salud no se limita a la ausencia de enfermedad, sino que implica un estado de completo bienestar. Desde esta perspectiva, el autocuidado se define como la capacidad de cada persona para tomar decisiones y adoptar hábitos que contribuyan a preservar, mejorar o recuperar su salud. Es un proceso activo y permanente que no solo requiere del compromiso individual, sino que también se nutre del entorno, las redes de apoyo y el acceso a información y servicios adecuados”, afirma Laura Rivera, profesora de la Maestría en Actividad Física y Salud de la Escuela de Medicina y Ciencias de la Salud de la Universidad del Rosario.
Practicar el autocuidado tiene efectos significativos en la calidad de vida. Ayuda a reducir el estrés, prevenir el agotamiento físico y emocional, fortalecer la autoestima y generar mayor consciencia sobre las propias necesidades. Además, promueve la prevención de enfermedades, mejora la adherencia a tratamientos en personas con condiciones crónicas y potencia la recuperación en quienes enfrentan situaciones de salud mental como la ansiedad o la depresión.
La docente explica que el autocuidado puede abordarse desde dos niveles complementarios:
- Autocuidado individual: se refiere a las acciones personales dirigidas a identificar y atender las propias necesidades de manera consciente, responsable y sostenida en el tiempo.
- Autocuidado colectivo: comprende las prácticas compartidas con otros y que contribuyen a construir entornos protectores, solidarios y emocionalmente seguros. Cuidarse también es cuidar a los demás.
Las cinco dimensiones del autocuidado
Diversas organizaciones han propuesto una clasificación que ayuda a entender mejor esta práctica y aplicarla de forma más consciente en la vida diaria. Estas son las cinco dimensiones clave del autocuidado:
1. Autocuidado físico
Implica el conjunto de acciones destinadas a mantener el bienestar del cuerpo: llevar una alimentación balanceada, practicar actividad física, tener buenos hábitos de higiene, dormir lo suficiente, asistir a controles médicos y evitar el consumo de sustancias nocivas. Una alimentación consciente, el descanso reparador y el ejercicio regular son pilares para una vida saludable.
2. Autocuidado emocional
Se refiere a la capacidad de identificar, expresar y gestionar las emociones de forma adecuada. Incluir momentos de gratitud, establecer límites sanos, reconocer lo que se siente sin juzgarse, buscar espacios de expresión emocional o incluso evitar relaciones que generen daño, son formas concretas de fortalecer esta dimensión.
3. Autocuidado cognitivo
Tiene que ver con la salud mental desde el pensamiento. Estimular las capacidades intelectuales, mantener hábitos de lectura, escribir, aprender cosas nuevas, ejercitar la memoria y desarrollar habilidades como la atención plena o la reflexión crítica son prácticas que favorecen el pensamiento claro y el bienestar mental. También incluye cuidar los pensamientos, especialmente aquellos que afectan la percepción sobre uno mismo o el entorno.
4. Autocuidado social
Implica cultivar vínculos saludables con las personas cercanas: familia, amigos, colegas o comunidad. Establecer límites, fortalecer redes de apoyo, escuchar activamente, pedir ayuda cuando se necesita y construir relaciones basadas en el respeto mutuo y la comunicación son formas efectivas de proteger esta dimensión. La calidad de nuestras relaciones tiene un impacto directo en la salud.
5. Autocuidado espiritual
Se refiere a la conexión con los propios valores, creencias y propósito de vida. No necesariamente está ligado a la religiosidad, sino a la posibilidad de encontrar sentido, calma y bienestar interior. Puede ejercerse a través de prácticas como la meditación, el agradecimiento, la contemplación, la conexión con la naturaleza o la reflexión personal. Esta dimensión es una fuente importante de resiliencia, especialmente en momentos de adversidad.
Cuidarse no es un lujo, es una responsabilidad
“El autocuidado no se trata de indulgencia o evasión, sino de una actitud activa hacia el propio bienestar. Requiere compromiso, autoconocimiento, constancia y disposición para reconocer los propios límites, necesidades y fortalezas. Al practicarlo, las personas desarrollan mayor capacidad para afrontar desafíos, tomar mejores decisiones, establecer límites y enfocar su energía en lo que verdaderamente importa”, comenta la docente.
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También es importante recordar que cuidarse no siempre se puede hacer en solitario. En muchos casos, el acompañamiento profesional es clave para desarrollar herramientas y estrategias efectivas, especialmente en contextos de vulnerabilidad o enfermedad.
Incorporar rutinas de autocuidado tiene un impacto profundo y acumulativo en la vida cotidiana. Desde dormir mejor hasta pedir ayuda, desde decir “no” hasta reconectar con lo que inspira: cada gesto es un paso hacia una vida más equilibrada, consciente y plena.