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El sistema político colombiano atraviesa un momento de tensión que prende las alarmas

Democracia-Bloqueada
Así lo evidenciamos en el conversatorio Estado actual de la democracia, un espacio de análisis y debate académico que tuvo lugar en nuestra Universidad y que sirvió como escenario para la presentación del libro Democracia bloqueada, escrito por el exfiscal y exprocurador Alfonso Gómez Méndez.

Durante su intervención, el autor compartió con la comunidad Rosarista su preocupación por el deterioro del sistema político y la creciente desconexión entre las instituciones y la ciudadanía. “La democracia no se bloquea por falta de elecciones, sino por la incapacidad de gobernar. Cuando el Ejecutivo y el Legislativo no pueden dialogar, y no existen mecanismos institucionales para resolver ese choque, la democracia se paraliza y pierde legitimidad”, explicó, en alusión al actual enfrentamiento entre las ramas del poder público.

El evento fue instalado por nuestra vicerrectora Rocío Araújo y contó con la participación de varios de nuestros docentes: Manuel Restrepo, director de la Escuela Doctoral y profesor de la Facultad de Jurisprudencia; Juan Carlos Ruíz y Beatriz Franco, profesores de la Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos; Carolina Galindo, profesora de la Escuela de Ciencias Humanas; y Ronal Rodríguez, investigador del Observatorio de Venezuela. Todos ellos ofrecieron un análisis plural y profundo sobre los desafíos contemporáneos de la democracia en Colombia y las oportunidades para fortalecer sus instituciones.

Durante la jornada, se planteó que uno de los riesgos actuales es que cada vez que surge una diferencia entre el Gobierno y el Congreso, se convoque directamente a la ciudadanía como si esta fuera un juez inmediato. Esta práctica, advirtieron, no solo debilita las instituciones, sino que puede abrir la puerta a soluciones autoritarias.

Nuestro profesor Manuel Restrepo destacó que la desconexión entre el poder Ejecutivo y el Legislativo es solo un síntoma de un problema más profundo:

“Hemos normalizado una democracia que no resuelve. Que promete participación, pero sigue atrapada en viejas lógicas clientelistas. Y cuando no hay una verdadera representación, lo que surge es el descontento”.


Restrepo también hizo énfasis en el uso responsable de los mecanismos de participación ciudadana consagrados en la Constitución de 1991, como consultas populares, plebiscitos o cabildos abiertos: “Deben ser espacios reales de deliberación, no herramientas coyunturales o de presión política”.
Desde una perspectiva histórica, nuestra profesora Carolina Galindo invitó a repensar las dicotomías instaladas en el discurso público: “Hablamos como si la democracia representativa y la participativa fueran opuestas. Sin embargo, muchas conquistas sociales —como los derechos laborales o la igualdad de género— no se lograron en el Congreso, sino en las calles, con participación directa”.

Galindo subrayó además la importancia de comprender la democracia desde las realidades regionales: “Colombia es un país diverso. No podemos seguir hablando de una democracia homogénea. Lo que ocurre en Bogotá no es lo mismo que en el Pacífico, la Amazonía o la Costa Atlántica. Debemos entender cómo se vive lo político en lo local”.

Por su parte, el profesor Juan Carlos Ruíz compartió una reflexión sobre la formación política y el rol de las nuevas generaciones: “Necesitamos líderes que asuman el reto de reconstruir la confianza en lo público. Y para ello debemos formar ciudadanía crítica desde las aulas. El debate democrático comienza aquí, en la universidad, con estudiantes que se atrevan a pensar distinto y a construir desde la diferencia”. En ese mismo sentido, alertó sobre la pérdida de identidad de los partidos políticos: “Si no tienen conexión con la gente ni disciplina interna, pierden su capacidad de mediación, y la polarización ocupa su lugar”.

La profesora Beatriz Franco, por su parte, abordó el papel de las redes sociales en la degradación del debate público: “Tenemos más canales para expresarnos, pero menos espacios para deliberar. Las redes, en lugar de construir comunidad, muchas veces debilitan el tejido democrático. Hemos normalizado el insulto, la desinformación y la anulación del otro”.

Franco hizo un llamado a recuperar la ética del lenguaje y del desacuerdo: “No se trata solo de tolerar al que piensa diferente, sino de entender que la democracia se construye desde esa diferencia. Si todo el que disiente es considerado un enemigo, no hay espacio para lo común”.

Nuestra vicerrectora Rocío Araújo concluyó destacando que la obra de Gómez Méndez “nos ofrece un diagnóstico preciso y una advertencia oportuna. Es un libro que no cae en la queja ni en el pesimismo, sino que nos invita a pensar con claridad los desafíos del sistema político, especialmente cuando el presidencialismo, ese que heredamos y al que tanto nos hemos aferrado, se convierte en un obstáculo para la gobernabilidad democrática”.

Este espacio académico nos deja una conclusión clara: la democracia necesita reformas, pero, sobre todo, voluntad para funcionar. Las leyes no bastan si no contamos con una ciudadanía vigilante, instituciones abiertas al cambio y una cultura política que valore el respeto, el diálogo y la empatía.